19 de noviembre de 2010

¡!Partidazo de Champions: Amígdalas contra lóbulos centrales¡¡

 
Esto que sigue es una versión muy libre muy libre de lo leído, (mal) entendido, imaginado, corregido, (mal) traducido, deformado y humorizado de un capítulo del libro “The way we’re are working is not working” de Tony Schwartz, que es muy interesante pero aburridito –este último adjetivo es fruto de mi envidia hacia este personaje capaz de escribir un libros tan interesantes y vivir de ello-.
Me pareció tan apasionante lo que contaba y tal útil lo que indicaba que pensé en compartirlo con vosotros/as pero dándole un poco de humor para que fuera más digerible. Lo del humor es relativo y le resultado puede ser que el mensaje no quede claro y encima no haya hecho gracia. ¡Pero hay que arriesgarse¡
Así este Lunes con Sol, podemos ponernos como tarea hacer un partido entre nuestras amígdalas y nuestro lóbulo central y ver, al final de la semana, quien gana. Ojalá sea éste último (pero esta bajo de forma, mal entrenado y probablemente tendremos que mandarle a Mourinho, a ver si lo recupera).
 ¿Qué tienen que ver las amígdalas y el lóbulo central de nuestro cerebro –partimos de la hipótesis, en ocasiones aventurada, de que lo tengamos- con todo esto? 
Todo a su tiempo… 

¿por qué no hay periódicos de noticias positivas?
Un disparador es una situación, un comportamiento o una circunstancia que da rienda suelta a emociones negativas y nos impulsa a enfrentarnos o huir – los comportamientos más básicos, o te doy o corro para que no me des- Los experimentamos todos los días, en cualquier lugar. Desde que nos levantamos hasta que nos acostamos estamos “siendo disparados”. Un hecho tras otro nos sacan (o no) de nuestras casillas y nos generan  (o no) impaciencia, miedo, frustración o ira.
Aunque el disparador puede también ser positivo -puede “dispararnos” una bella puesta de sol, un cumplido inesperado, un recuerdo feliz, una sonrisa de felicidad de un ser querido,…- estamos biológicamente diseñados para detectar situaciones y sentimientos de peligro. El resultado: que somos más conscientes de lo que va mal en nuestra vida que lo que va bien. ¡Manda H….¡ (F. Trillo, ExPresidente del Congreso). 
 
(PARÉNTESIS INCISO-CONTUSO: Ved que ya pongo ExPresidente y no Ex – Presidente ya que he incorporado las nuevas tonterías que los excelsos miembros (y miembras) de la Real Academia de la Lengua han parido estas últimas semanas. 
Me pregunto, ¿Qué cobrará un miembro de la Real Academia de la Lengua- entre ellos el tan crítico para otras cosas Pérez Reverte- por reunirse y sesudamente discutir si la “y griega” debe llamarse así o llamarse “ye” o si hay que quitarle el guión al Ex –Presidente cuando todos sabemos que lo que hay que quitarle es el sueldazo vitalicio con o sin guión?
¿Cobrarán horas extras por decidir si aprueba por “quórum” o “cuorum” el “guión” ahora “guion” de la película que se han montado para cobrar un sobresueldo? Su lema “Limpia, Brilla y da Esplendor” (nos sale caro sacarle brillo…)
Menos más que no son crueles y en un alarde de magnanimidad, deciden no tildar el adverbio solo “pero no condenarán su uso si alguien quiere utilizar la tilde". Me embarga tal generosidad… “Se me” saltan las lágrimas. ¿Cuál sería el castigo? ¿Leerme el Diccionario de la RAE mientras escucho “Torito Bravo” de El Fary hasta que lo acabe?
Y ahora, cuando diga que “voy solo al cine”, ¿tendré que aclarar si es que es lo único que hago en esta vida –ya me gustaría- o que simplemente no voy acompañado? 
Lo siento pero las instituciones en formol ¡me pueden¡ ¡!Me hacen saltar las amígdalas¡¡ –lo que hace que acuerde que iba a hablar de ellas- CIERRO PARÉNTESIS)  
 
 
Estábamos con que biológicamente estamos diseñados para ver antes y mejor lo que va mal en nuestra vida que lo que va bien –y por eso nos va la marcha y las noticias malas nos hacen mantener la atención mientras que cuando cuentan que algo va bien hacemos zapping para ver otra cadena con peores noticias-. Un tal Roy Baumeister en un libro titulado “Lo malo es más fuerte que lo bueno” le resume así:
 
las emociones negativas, los malos padres y los comentarios negativos tienen más impacto que los buenos, y la información negativa la procesamos más rápidamente que la buena (noticias positivas para qué). Nuestro ser está más motivado a evitar auto-definiciones negativas que buscar las positivas. Las malas impresiones y los estereotipos negativos se forman mucho antes y resisten más que los buenos (la confianza se gana en años y se pierde en un día, dicen).


Este fenómeno se llama “tendencia negativa” (si quieres quedar bien en la cena de navidad dí “negative bias” y serás la envidia de los cuñados y cuñadas). Dice que “Hay numerosos estudios que demuestran que perder algo nos hace mucho más infelices que lo felices que nos hace conseguir esa misma cosa (no valoramos lo que tenemos hasta que lo perdemos, verdad?).
Animalitos somos y, por tanto, tenemos que sobrevivir por lo que necesitamos prestar más atención a los posibles resultados o situaciones negativas que a las positivas. Aunque hace miles de años que no vivimos ya en la selva, con continuas amenazas a nuestra supervivencia, todavía estamos sintonizados para percibir los peligros que acechan a nuestro bienestar diario.
 

¡¡¡Si es que tengo un pronto!!!
 
Bueno, os presento: aquí la amigdala, aquí unos amigos/as. La amígdala es nuestro sistema de alerta básico -esto nos lo debieron explicar en el colegio pero debí estar atento- y, cuando es estimulada eléctricamente, los animales (los “racionales” también) respondemos con agresividad. Nosotros no nos libramos. Curiosamente cuando a un animal se les estirpa se vuelve muy dócil e indiferente a estímulos que podrían de otra manera haberles causado miedo e incluso respuestas sexuales (entonces una amigdalitis te debe poner como una moto, digo yo, que no soy experto neurocirujano…).


El caso es que cuando alguien nos toca las narices, la amígdala, más rápida que un rayo reacciona antes de que nuestro lóbulo central tenga tiempo para evaluar si es para ponerse así. No os lo he presentado¡ aquí, el lóbulo central, aquí unos amigos/as. Este pobre, es lentico pero muy sensato, de hecho en él se encuentra una especie de reloj que nos mantiene en el presente y que nos ayuda a evaluar correctamente situaciones momentáneas. Curiosamente si se daña, se pierde la posibilidad de recordar (si supiera en qué parte del lóbulo las tengo, algunas cosas ya me gustaría olvidarlas… pero mejor no tocar nada).
Pero claro la amígdala es una lince y antes de que el lóbulo se entere, ya ha mandado una señal al tronco del encéfalo, que no es ninguna especie arbórea sino algo que tenemos en el cogote, y que, obediente (¡buena es la amigdala¡), en una fracción de segundo manda hormonas del estrés al flujo sanguíneo, para prepararnos frente al ataque externo. El lóbulo, pánfilo él, para cuando se entera…., va actuando poco a poco y el nivel de hormonas de defensa en la sangre va reduciéndose como reduciéndose va nuestro sofoco.
Y ante este “ataque” -como al pobre lóbulo no le han dejado decir ni mú, puede ser una tontería, un malentendido, “una chuminá” que diría un amigo sevillano- actuamos de dos formas –qué básicos somos… por cierto esto no tiene distinción de géneros: luchar o correr. Si luchamos la cargamos con el otro/a (será cab….), si corremos, la cargamos con nosotros (si es que soy un imbécil…¡). 
    
   
Utilicemos las matemáticas (los de letras, intentadlo…) y contemos hasta 10


Lo dicho, para echarle una mano al lento pero sensato lóbulo, contemos hasta 10 –esto no es exacto, claro, si la amígdala tiene muy mala leche y el lóbulo que te han puesto de serie es diesel, cuenta hasta 100-. Porque si no, ante cualquier sensación de ataque, nuestro pronto se adelantará antes de que podamos actuar de forma consciente.
Mientras vamos contando 1, 2, 3, 4,… el lóbulo central va siendo consciente de las emociones, les pone nombre, siente cómo el corazón late más fuerte, como los músculos están tensos, se da cuenta de tu frustración, ira, ansiedad, mala h….. Y entonces, una vez que se ha despertado (repito, lóbulos diesel, contad hasta 100) nos recomendará su regla de oro: lo que te “te pida el cuerpo hacer, no lo hagas”. Porque no estarán eligiendo, estarás reaccionando. 
Sí, lo sé, esto es la teoría,  y cuando viene el jefe/a, marido/a, madre/o (aunque Bibi Aído/a ya no sea Ministra sino solo secretaría/o de estado/a para la/el igualdad, escribo así de correcto/a…) con ganas de “ball-touching”, es difícil, pero… es mejor que intentes cambiar el motor del coche del modo automático al manual o te estamparás.
 

Y a mí que c…. me pasa para ponerme así?
 
Dice el amigo Tony que muchas veces ni somos conscientes de que “tecla” nos ha tocado para saltar o huir. Pero que, de sus entrevistas con miles de personas (americanas, pero personas en definitiva), en la gran mayoría de los casos el origen de ponernos en el disparadero ha sido el sentirnos devaluados por las palabras o comportamientos de la otra persona. Dice que nuestra necesidad emocional básica es sentirnos seguros, sentirnos valorados, y cualquier estímulo en sentido contrario nos hace sentirnos amenazados, inseguros. Queremos que nos den cariñitos, no collejas.
(PARENTESIS INCISO-CONTUSO. Veamos nuestros trabajos. En estos tiempos de peligro-oportunidad que llaman crisis –mi amigo sevillano lo llama “ezo”-, se producen escenas, situaciones entre compañeros que nunca se producirían en una situación de bonanza; cuando hay miedo o inseguridad a perder la silla, hacemos cosas feas, tenemos comportamientos poco honestos, reacciones incomprensibles que nunca tendríamos en una situación de estabilidad. Lo cual no las justifica porque los hay finos… y parece que juegan al juego de la silla en que en cada vuelta hay una menos. CIERRO PARENTESIS)
Esta necesidad de respecto es muy primaria y basada en el instinto de supervivencia, el más básico y animal de nuestros instintos. Porque, sin un sentimiento estable de seguridad, después de todo, qué nos queda? Quiénes somos? Una m…. diría alguno. Por mucho que aspiremos a sentirnos bien con nosotros mismos independientemente de lo que piensen los demás, ¡leches!, nuestra autoestima está profundamente influenciada por el grado de aceptación y reconocimiento de los demás. Y quien diga que no, que me lo cuente cómo lo hace.
Daniel Goleman, que hace unos quince o veinte años se hizo famoso (y rico) con su libro “Inteligencia emocional” del que cogí la idea pero fui incapaz de leer –y mira que me leo puros habanos…- más allá de la página 100, decía que “las amenazas a nuestra imagen ante los demás son casi tan potentes biológicamente como las de la propia supervivencia”. De todas las situaciones de tensión, el sentimiento de ser criticados es el que afecta más a nuestros cuerpos –la amígdala bate records de velocidad y deja al lóbulo pasmado con cara de koala- e, importante, afecta a nuestra capacidad de pensar y actuar con claridad. 
Dos americanos (siempre americanos¡) hicieron un estudio sobre no-se-cuantos-miles-americanos/as a los que sometieron a diferentes pruebas de tensión (me imagino a los investigadores, con cara perversa, pergeñando qué perrería aplicarles –luego se quejan de los cobayas-) y llegaron a la conclusión de que los niveles más elevados de cortisol – la fabricamos ante situaciones de emergencia para ayudarnos a enfrentarnos a problemas- se producen ante situaciones de amenaza a nuestro ser social –nuestro personaje en este “teatro del mundo” que es la vida: soy famoso, soy reconocido, soy bueno, soy listo, soy el jefe, soy de pueblo elegido “X”, soy fuerte, soy valiente, soy…- o amenazas a nuestro estatus, autoestima o aceptación social.
Curiosamente –ni el Doctor Bacterio tendría esa imaginación- midieron cómo una alarma escandalosa sonando a tope en el edificio subía sus niveles de cortisol pero bajaban a su nivel normal a los cuarenta minutos mientras que si lo que sentían amenazada era su autoestima el cortisol no bajaba hasta la hora y media. Estos sádicos científicos americanos no lo dicen pero supongo que esos tres cuartos de hora extra será el tiempo que estamos jurando en arameo, repasando la familia del que nos ha “atacado”, ideando alternativas para devolvérsela,… e incluso explicará porque incluso la crítica más constructiva nos afecta tanto y casi siempre tiene un efecto contraproducente. Digo yo. Pero yo no soy científico, ni americano, ni hago perrerías de laboratorio (aunque alguna ya me gustaría hacer…), ni entiendo de esto. 
 

La manada, el equipo de fútbol, mi nación,… y, cómo no, la pirámide de Maslow
 

Hace ya muchos Lunes con Sol presenté a Maslow y su pirámide. Este hombre tan citado como interesante (también recomendado para quedar bien en comidas de familia ante el cuñado listo que hay en toda familia) decía, simplificando mucho, mucho, mucho, que los hombres (y las mujeres)
 

primero, satisfacemos nuestras necesidades más básicas (respirar, comer, descansar y … reproducirnos),
 

en el segundo nivel, tratamos de cubrir nuestras necesidades de seguridad (salud, dinero, y amor -que decía la canción- y una chocita –mejor si pisito amueblado-);
 

en el tercer nivel, llega la necesidad de pertenencia al grupo (a veces manada, a veces rebaño, a veces tribu, a veces pueblo elegido,…) en el que sentirse aceptado (pero sin destacar ni parecer diferente que si no nos echan…);
 

ya en el cuarto, insaciables, empezamos a ponernos más caprichositos -“que si quiero que me reconozcan, que si quiero éxito, que si quiero respeto,…” y la vida se nos empieza a complicar.
 

Y, en la azotea, inspirados por las estrellas, para seguir desarrollándonos se nos ocurre auto-realizarnos,… buscarle sentido a la vida,… trascender… ser creativos… ¡quién nos mandará subir a la azotea¡ Cierto, es la parte más bonita y apasionante de la casa, pero te da unos disgustos…
 

Nos quedamos en el tercer piso porque nos cuenta Tony que otros dos investigadores (también americanos –yo de mayor quiero ser investigador americano y dedicarme a estudiar estas cosas tan entretenidas y apasionantes-) decidieron buscar evidencias de que efectivamente teníamos esa tremenda necesidad de pertenencia. ¡Y mira tú, que salió que sí!. Llegaron a la conclusión de que Maslow, un tipo listo, tenía más razón que un santo, que diría mi abuelo: buena parte de las actuaciones de los seres humanos tienen como objetivo sentir que pertenecen a algo y que esa necesidad puede llegar a ser más fuerte que el comer-.
E

sto debe explicar lo de los nacionalismos, lo de los hinchas de fútbol, lo de las tribus urbanas,… Digo yo. Ellos dicen que “para un mamífero –y nosotros lo somos aunque nos suene a elefantes y ballenas- estar socialmente conectado a gente que te pueda cuidar es necesario para la supervivencia. Una conexión positiva con otras personas da un sentimiento de seguridad que es fundamental para que vivamos tranquilos, seamos eficientes. Cuanto más sentimos que nuestra valía está en peligro, más energía malgastamos en defendernos y menos nos queda para crear, para generar valor, para imaginar,…”.

Resumiendo, si estás acojonado, ¡vas a estar para tonterías¡.    
 

Tarea para el próximo Lunes (sí, sí, tarea)

Así que: 
cuando tu marido/a tenga un pronto/a,
compréndele/a, 
dile/a con todo tu cariño/a que le/la comprendes 
que sabes que tiene una amigdalitis de caballo/yegua, 
y mientras vas contando hasta 10, 100, 1000,… 
y haces spinning con tu lóbulo central 
antes de darle/a el sartenazo/a 
que, como mamífero/a desbocado/a que es, 
se merecería/o.


Ah¡ y acordaros, durante esta semana. Jugada ganada por las amígdalas, punto para “Amigdalitis FC”; jugada ganada por el lóbulo central, punto para “Lóbulos Athletic Club”. 
 
Las amigdalas juegan en casa, son rápidas, mortales al contrataque y no perdonan una oportunidad. Así que los lóbulos tendrán que ensayar jugadas de estrategia y no dejarse llevar por el juego sucio y bronco del contrario.
 

¡qué gane el mejor¡
 

con cariño, dnl