24 de abril de 2011

La increible historia de Emily (y III)

1988. Australia 8 – Aborígenes: 5

En Octubre de 1988 se presenta en Nueva York, centro mundial del arte contemporáneo en aquel momento, la primera exposición a gran escala de arte aborigen. “Dreamings: the art of Aboriginal Australia” que sorprende y fascina a sus visitantes y que, tras su éxito, viaja a Chicago, Los Angeles y, después, a Melbourne y Adelaida, ya en Australia.

“¿Sabes? Yo nací justo cuando abuela empezó a pintar y hacerse famosa. Y mamá me cuenta que muchos de los cuadros más alegres los pintó cuando yo nací y cuando le dijeron que yo me llamaría Emily se puso a reir, se metió en su cuarto y ¡no paró de pintar en dos días!”.


1992 Australia: 8 – Aborígenes: 6

No es hasta 1992 cuando la Corte Suprema de Australia legisla a favor de Eddie Mabo y otros aborígenes en un caso en contra del Estado de Mainland reconociendo los derechos tradicionales sobre la tierra del pueblo de los Meriam, población indígena de las Islas Murray. Esta decisión revoca el concepto de “terra nulis” e introduce el Native Title que permite a los indígenas de toda Australia reclamar sus tierras ancestrales con las que tengan vínculos culturales y políticos.

Emily me suelta la mano, se acerca a ver un cuadro de “la mejor amiga de su abuela” y casi sin voz me dice “Un día el Gran Djankawu le pidió a abuela por favor que se fuera con él para decorar el Jukurrpa, el lugar donde volvemos los Anmatyerre para ayudar desde allí a los que se queden aquí cuando lo necesiten. Y a abuela le pareció buena idea. La noche que se iba a ir, me dio un beso, me miró a los ojos y me dijo que ella estaría conmigo siempre que yo me acordara de ella, siempre que viera sus cuadros y siempre que contara a otros niños y niñas y mayores la historia que te he contado. ”

Se calló unos instantes y me preguntó ilusionada “¿Te ha gustado la historia?”

“Maravillosa, Emily, no la olvidaré nunca y se la contaré a mis hijas Paula y María, dos preciosidades como tú” respondí emocionado.

1997. Australia: 8 – Aborígenes: 7

La artista Emily Kame Kngwarreye (1910-1997) representó a título póstumo a Australia en la Bienal de Venecia, centro del arte vanguardista, fiesta y referente del arte contemporáneo en Europa, reconociéndose así a una de las artistas más significativas de la historia de la pintura australiana y convirtiéndose en la primera artista australiana invitada a este evento.

Emily, como buena parte de los aborígenes de Australia central, trabajaba como cuidadora de vacas y pastora de camellos desde niña. Esta gran dama nacida en los infinitos pastos del centro de Australia empezó a pintar en lienzos y con pintura acrílica con ochenta años –“¡¡40.000 años, me corregiría su nieta, que su abuela no miente”- aunque había pintado durante décadas en ritos ceremoniales de su tribu en las tierras, en los árboles, en los cuerpos de su gente y conocía todas las tradiciones orales, los secretos del Jukurrpa.

Su imagen, su pasado, su dignidad y su maestría, primero con sus pies y sus manos, luego con el pincel la convierten en referente del arte aborigen de ahora y de siempre. ¡Agridulce gloria la que no pudo disfrutar, que une Australia con Holanda, a Emily Kame con Van Gogh, casi 400 años después de que el capitán holandés Carstenz viera a los Anmatyerre como desechos humanos!

Qué mejor homenaje que las palabras del crítico de arte holandés Jhim Lamorre quien escribió que las pinturas de Kngwarreye estaban “entre las más bellas y más originales obras de arte que había visto nunca en la Bienal de Venecia”

Sirva este historia de homenaje y agradecimiento a Emily Kame por hacerme sentir lo que sentí y a y su vivaracha nieta que con sus grandes ojos brillantes me despedía sonriendo mientras me hacía prometer que volvería con María y Paula, mis hijas, para que se compartieran las historias de sus abuelas, porque mi madre –así le dije y tampoco miento- vivió casi tantos años como abuela Emily Kame.

Me fui no sin antes disfrutar una vez más de Summer Celebration, una explosión de color, de vida, de esperanza espectacular. Me paré, me senté y me quedé admirando el enorme cuadro -3 metros de largo por 1,5 de alto-, viendo la nube de miles y miles de puntos de colores, como una gran fiesta de fuegos artificiales. Tras décadas de humillaciones, destierro y sufrimiento surge la dignidad y la fuerza de vivir y, en el último tramo de su vida, abuela Emily Kame es capaz de sacar su energía, su vida y de expresar tanta alegría en un cuadro.

Junto a éste, Amnooralya Aewlye, es uno de sus últimos cuadros cuando ya había perdido prácticamente la vista: sobre un lienzo con fondo negro –la piel del aborigen- se cruzan serpentinas de colores rojos, azules, amarillos,… que representan la lluvia, la energía, que se desliza sobre el cuerpo y lo llena de vida.

Unas lágrimas se escaparon de mis ojos y sentí, fueron unos minutos, algo parecido a lo que los filósofos tratan de definir y los libros de autoayuda de conseguir y todos de vivir y que llaman… … felicidad. Quise compartir este momento y aprovechando las ventajas de la tecnología un sms voló desde Utrecht, atravesando un cuadro tan bonito como su título y tan increíble como su autora, y llegó al móvil de dos personas con las que quería compartir este momento.

2008. Australia: 8 – Australia: 8

12 de Febrero de 2008. El Primer Ministro de Australia pide públicamente perdón a todas las personas indígenas de la nación. De esta manera, da un paso que los gobiernos anteriores no habían querido dar –con la cobarde excusa de que habían sido otros y no ellos quienes habían cometido las tropelías-, afronta el pasado y el presente de la “Generación Perdida” y da el paso definitivo para la reconciliación de los dos Australias.

Qué maravilloso pensar que de la unión de la técnica occidental y el imaginario y figuración aborigen se haya llegado a un nuevo movimiento de arte contemporáneo. Completamente nuevo. Y que ahora es fuente de inspiración a pintores de todo el mundo y fuente de placer para los amantes del arte y, estoy seguro, de los que no lo son.




Hoy en día, estas pinturas son para las cooperativas aborígenes una fuente de ingresos (no solamente de arte vive el hombre…) algo que, guste o no, necesitan en este nuevo mundo. Pero, a pesar de todo, mantienen su cultura y su secreto, su Jukurrpa, su diseño y contenido es de su absoluta propiedad cultural. Nadie puede quitarles los diseños ni menos imponérselos. Pueden imitarlos pero no serán verdaderos porque no tendrán su alma.

Es reconfortante ver que la mezcla respetuosa enriquece mientras que el desprecio y prepotencia envilecen. Ojala aprendamos alguna vez esta lección para que como decía Daniele en la introducción de su libro, nuestros hijos y nietos tengan un mundo mejor.

Utrecht, por la tarde

Salgo a la calle. Un sol inusual ilumina las casas apretujadas que se asoman al canal, se nota alegría por las calles, las terrazas están llenas de gente, las bicicletas alegran el ambiente con sus timbres de aviso. Sonrío. Un señor de barba blanca con un cartel-anuncio nos da la buena nueva: “Jezus is onder ons” (Jesús está entre nosotros). “Puede ser, – pienso- pero se prodiga poco”.

Son las 3 de la tarde, hora de comer española y de merendar holandesa. Ya juntos chicos y chicas, comemos en una terraza a la orilla del canal, a 10 metros bajo el nivel del mar -confiamos en los ingenieros civiles holandeses y en que los diques que hicieron Holanda no sean como los de Lousianna americana que se desmoronaron con el Katrina tras rechazar la tecnología holandesa (el imperio en decadencia prefiere gastar sus dineros en otros menesteres)-.

El día se acaba con un paseo en un pedalo por los canales por expreso deseo de Paula y María que nos permite hacer un poco el ganso en un día de tantas emociones y poner a prueba la paciencia de los que tratan de disfrutar de una tarde tranquila en una de las terrazas como la que acabamos de estar.

Me encuentro feliz. Y no puedo evitarlo,… hago equilibrio en el pedalo y, antes de que mis hijas me retengan y me digan, con toda la razón, que no sea patético, canto, en esta especie de Venecia nederlandesa, la canción universal del amor y la alegría por excelencia:

‘O sole mio
sta ‘nfronte a te!
‘O sole, ‘o sole mio
sta ‘nfronte a te,
sta ‘nfronte a te!

La Haya, anochece

Hemos cenado y la familia se acuesta, las luces en la ciudad se apagan, los tranvías bajan su frecuencia hasta dejar de pasar, los últimos ciclistas apuran las pedaladas que les lleven a sus hogares, y solamente el chirrido de algún coche dejándose las ruedas al arrancar (también en Holanda hay macarras al volante) rompe el silencio.

Yo estoy inquieto. Demasiadas emociones para alguien como yo que las filtra poco. Vuelvo a hacer sonar las canciones de Souvenir…

Je voudrai savoir plus du passé
Et toi tu t'en fais pour l'avenir
Moi je pense que tout est fini
Toi, que ça n'a fait que commencer
Yo querría saber más del pasado
Y a tí solo te preocupa el futuro
Yo pienso que todo está acabado
Tu, que no ha hecho más que comenzar


Ojeo el catálogo de la exposición y a mi cabeza vienen Emily Kame, Yumtjin, Marrnyula, Tjumbo,… impronunciables nombres que esconden una vida de sufrimiento y dignidad a partes iguales y de una cierta victoria, agridulce, pero victoria en definitiva de los que suman sobre los que restan, de los que crean sobre los que destruyen, de los que buscan la diferencia frente a los que buscan el punto de encuentro, del respeto sobre el desprecio. Y me acuerdo de Emily y la historia de la abuela que murió a los 40.000 años.

¿Increíble? Ni hablar, “abuela Emily Kame nunca me mentía”.

Y me quedo convencido que André Bretón, cuarenta años después de aquel 1929, al escribir “Primero, ama. Siempre habrá tiempo, más adelante, de preguntarte sobre lo que amas, hasta el punto de no querer ignorar nada sobre ello” quiso disculparse ante esa Australia aborigen que, por su propio y surrealista desconocimiento, no aparecía en el mapa mundial de la creatividad que su grupo creó.

Al menos a mí, me dejó una frase que no puede mejor expresar

que no puedo odiar lo que no conozco
y es difícil odiar cuando realmente lo conozco,
que dejando a un lado mis perjuicios,
mis ideologías,
mis verdades incontestables,
mis razones irrefutables,
mis costumbres inmemoriales,…
me encuentro con la otra persona,
tal y como es,
con toda su riqueza.

Y en ese momento, es imposible odiar.



Creación de la tierra (1,5 m*3,20 m) Emily Kame Kngwarreye

Apago las luces y me acuesto razonablemente feliz.

Dnl

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